Siglo XVI: El nacimiento de Brasil

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“El día en que el capitán mayor Pedro Álvares Cabral levantó la cruz (…) era el 3 de mayo, cuando se celebra la invención de la Santa Cruz en que Cristo Nuestro Redentor murió por nosotros, y por esta causa puso el nombre a la tierra que había descubierto de Santa Cruz y por este nombre fue conocida por muchos años. Sin embargo, como el demonio con la señal de la cruz perdió todo el dominio que tenía sobre los hombres, temiendo perder también lo mucho que tenía en los de esta tierra, trabajó para que se olvidara el primer nombre y le quedara el de Brasil, por causa de un palo así llamado de color encarnado y rojo con que tiñen paños, que es el de aquel divino palo, que le dio tinta y virtud a todos los sacramentos de la Iglesia”
Frey Vicente do Salvador, 1627

¿Paraíso o infierno? Esta tensión es la marca de la ocupación europea sobre las tierras de América, particularmente la Terra brasilis. Junto a relatos de “que plantándose todo da”, o de que la nudez de los indios sería la prueba cabal de que se había encontrado el Edén perdido, existía también la condenación moral de prácticas tradicionales, sobre todo la antropofagia. El debate atravesó todo el siglo XVI, oponiendo nombres como Bartolomé de Las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda. El primero, un dominicano que vivió entre los nativos de Centroamérica y defendía la autonomía de los pueblos en el Nuevo Mundo; el segundo, un teólogo que defendía el derecho del Imperio Español a esclavizarlos. Salió victoriosa la tesis de la supremacía europea, que impulsó la colonización, esta sí un verdadero infierno para muchos.

1492

Las primeras décadas de colonización de las Américas son retratadas en la película “1492: la conquista del Paraíso”. Francia/España, 1992. Dirección: Ridley Scott.

 

Europa empezaba a dejar atrás la Edad Media, pero lo nuevo todavía no había nacido plenamente. La Reforma Protestante sacudió las estructuras del poder y la reacción Católica fue seguir los pasos de los aventureros que buscaban nuevos mercados para el naciente capitalismo mercantil.

Entonces, del lado de los recién constituidos Estados Nacionales Modernos, existía la necesidad de encontrar tierras para explotar metales y piedras preciosas (y también otras riquezas en potencial) y de expandir territorios.

Nuestra colonización fue masculina: exploradores, mercaderes, jesuitas. No había un proyecto colonizador en el sentido de constituir, por estas tierras, algo parecido a una civilización. El pacto colonial impuso un régimen que prohibió la instalación de industria manufacturera, situación que se mantendría a lo largo de todo el período colonial hasta 1808, año de la llegada de la Familia Real Portuguesa a Río de Janeiro. Además de los exploradores y mercaderes, que llegaban con el objetivo claro de enriquecer, estaban los desterrados que habían conmutado sus penas por un viaje arriesgado, en el que la sombra de la muerte estaba al acecho. También venían colonizadores de otras naciones, como franceses y holandeses, que intentaron usurpar las tierras consideradas posesiones lusitanas.

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Ejemplo de eso es la historia del marinero alemán Hans Staden, que estuvo en Brasil dos veces a lo largo del siglo XVI. La película “Hans Staden” (Brasil/Portugal, 1999. Dirección Luiz Alberto Pereira) retrata esa historia.

 

De parte de la Santa Sede, urgía vencer la disputa con los protestantes. Era una verdadera guerra en nombre de la fe. Nada mejor que una organización religiosa de inspiración militar: la Compañía de Jesús.
Si de un lado, en el caso de la ocupación de la América Portuguesa, el Estado fue letárgico en su acción, los jesuitas fueron extremadamente eficientes en su estrategia. Fundaron villas y escuelas, siempre con el propósito de convertir al mayor número de almas para la verdadera fe. Cuidaron de las almas y de la vida de colonos y autóctonos. Velaban por la conducta moral de todos, condenando el concubinato entre portugueses e indias, promoviendo casamientos entre los primeros y las llamadas “huérfanas del rey”, en general niñas abandonadas a la propia suerte, importadas para satisfacer el apetito de los colonos y contener el mestizaje. Ellas eran vigiladas e intensivamente protegidas a lo largo de la travesía del océano, porque deberían mantenerse vírgenes hasta el casamiento.

desmundo

Aunque sea una obra de ficción, “Desmundo” (Brasil, 2002. Dirección: Alain Fresnot) destaca elementos importantes del período: la importación de huérfanas, las relaciones comerciales incluso con los indios. Se trata de una adaptación del romance homónimo de Ana Miranda.

 

Tan improbable como conseguir frenar el deseo y el mestizaje era aprisionar las costumbres a los cánones religiosos. Por lo tanto, además de los desafíos impuestos a aquellos que querían convertir a los negros de la tierra, existía un catolicismo popular, que ignoraba el canon. En él, lo religioso y lo mágico se fundían, abriendo espacio para toda suerte de rituales y embrujos. El nacimiento era uno de esos momentos clave, en el que la protección del más allá era requerida. Era necesaria la protección contra el mal. El diablo estaba siempre al acecho.

Los niños hijos de colonos – ya fueran ellos mestizos o hijos de ambos padres portugueses – nacían envueltos en todo un ritual del nacimiento. El bebé recién nacido, si de familia blanca, era inmediatamente bañado en vino o caña, aseado con manteca o aceites y entonces firmemente vendado. En el ombligo se aplicaba aceite de ricino. Las suciedades eran consideradas remedios potentes contra el mal de ojo. De la misma manera el cordón umbilical y las uñas eran enterrados en el patio, para evitar que fueran usados en hechizos.

Era un alivio cuando madre y bebé sobrevivían al parto. El inicio de la vida era asombrado por el espectro de la muerte. La baja expectativa de vida al nacer – 50% de los niños se morían antes de los siete años – condicionaba a las personas al desapego. El niño era una potencia, no un ser. La infancia era una transitoriedad, a la que era necesario sobrevivir. A los adultos – sobre todo a las mujeres y a los religiosos – cabía cuidar de ese transitorio. Sin embargo era necesario siempre estar preparado, la mortalidad era alta. Las mujeres contaban el número de hijos entre los vivos y los muertos: “cuatro machos, dos hembras y tres angelitos”. Niños igualados a cosas, tal vez una estrategia para minimizar el sufrimiento.

Este es el ambiente en el que se desarrolla el primer capítulo de “La infancia de Brasil”, cómic de José Aguiar. Un momento de choque entre civilizaciones y visiones de mundo. Pero también el momento, aunque cuestionable y simbólico, del nacimiento de nuestra nación.

—Claudia Regina Baukat Silveira Moreira es licenciada, bachiller y máster en Historia por la Universidad Federal de Paraná. Actualmente es profesora de la Universidad Positivo y doctoranda en Políticas Educacionales en el Programa de Postgrado en Educación de la Universidad Federal de Paraná.

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