Siglo XVII: la escuela

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Invitamos a los niños a leer y escribir y conjuntamente les enseñamos la doctrina cristiana (…), porque mucho se admiran de cómo sabemos leer y escribir y tienen gran envidia y ganas de aprender y desean ser cristianos como nosotros. Pero solamente lo impide lo mucho que cuesta sacarles las malas costumbres, y en eso está hoy toda nuestra fatiga.
— Padre Manuel da Nóbrega, 1549

Un Nuevo Mundo, un imperio a ser construido. Este era el desafío de los portugueses que, a través del Tratado de Tordesillas (1494), pasaron a poseer buena parte de las tierras localizadas al extremo occidente. Frente a la confirmación de que habían territorios sin ocupar, la estrategia de Lisboa fue adoptar un régimen ya utilizado en otras colonias, como la Isla de la Madera. Era el sistema de Capitanías Hereditarias, en el que el rey otorga parte del territorio generalmente a alguien de la pequeña nobleza. De esa manera, la responsabilidad por la ocupación y los costos dejaban de ser del Estado, pasando para un ente privado. Así, a partir de 1532, la América Portuguesa fue dividida entre varios capitanes donatarios. Algunos llegaron a instalarse en sus tierras. Otros jamás realizaron ni siquiera una inversión.

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Cuando esa experiencia se mostró limitada como estrategia para ocupar las tierras de la colonia portuguesa en el Nuevo Mundo, la Corona decidió implementar el llamado Gobierno General. Sin extinguir las Capitanías (las que dieron cierto permanecieron bajo la administración de su capitán donatario y las que no prosperaron fueron transformadas en Capitanías Regias), el gobernador general debería garantizar la recolección de los impuestos y, sobre todo, administrar la colonia para garantizar el proyecto de colonización. Este proyecto significaba convertir a los nativos al cristianismo. Fue por eso que, junto al primer gobernador general, Tomé de Souza, desembarcaron en 1548 los primeros jesuitas. Ellos poseían un proyecto que se puede llamar de civilizatorio: diseminar el Evangelio, llamado de “la verdadera fe”, con la finalidad de convertir al mayor número de gentíos al cristianismo católico a través de la educación. En ese sentido, los intereses de los jesuitas estaban alineados a los intereses portugueses. La enseñanza ministrada por ellos iba en la dirección del control de las conciencias, la docilización de los negros de la tierra, para volverlos buenos cristianos.

Los jesuitas, también llamados de ignacianos – por causa del nombre del fundador de la Compañía de Jesús, Ignacio de Loyola – tuvieron autorización para actuar como orden religiosa por el papa Pablo III en 1540. Ellos se autodenominaban soldados de Cristo e, inspirados por el ejemplo de las Cruzadas Medievales, pretendían hacer uso de la disciplina y estrategia militar para llevar la fe cristiana a los pueblos recién descubiertos de América.

La presencia jesuita en las Américas impuso la exigencia de sistematizar las directrices educacionales de la Compañía de Jesús, que ya ocurría por medio de prácticas difusas. Eso pasó en 1599, con la promulgación de la Ratio Studiorum. Ella concebía al sujeto como una hoja en blanco y defendía que el aprendizaje se daría a través de la memorización. Se usaba mucho el teatro como estrategia de aprendizaje, con textos memorizados que retrataban las vidas de los santos y episodios bíblicos. Además de eso, el dogma se enseñaba a través de diálogos con preguntas y respuestas.

En Brasil, los jesuitas hicieron algunas adaptaciones: haciendo uso de los “idiomas generales” (idiomas híbridos, con elementos de idiomas indígenas y latinos, que se hablaban entre los colonos y nativos con finalidad comercial. El nheengatu, hablado hasta hoy en regiones de la Amazonia, es sobreviviente de un idioma general.) En el litoral, estos idiomas poseían una mayor homogeneidad y adherencia al tronco tupí. Además de esto, canciones, cuyo contenido era considerado profano, tenían su letra alterada para adaptarse al contenido de la evangelización. Los desvíos de comportamiento o el no aprendizaje eran ejemplarmente punidos en público, en la picota. Nunca los religiosos aplicaban el correctivo, tercereaban el trabajo para otros colonos.

Las Casas de bê-á-bá o Confrarias de Niños componían la propuesta evangelizadora del Padre Manoel da Nóbrega, integrante de la comitiva que acompañó Tomé de Souza en 1548, y constituyen la génesis de las instituciones escolares en Brasil. A través de la alfabetización se buscaba la conversión de niños indios y mamelucos. Se optó por catequizar a los niños por considerárselos más dóciles que los adultos y, en Europa, empezaba un cambio de mentalidad, según la cual los “menudos” eran vistos como puros, al ejemplo del niño Jesús. Además de eso, los pequeños acababan convirtiéndose en vehículo de diseminación de los valores de los colonizadores, pues ellos reprendían a sus padres y acababan contribuyendo para extinguir cuatro hábitos indígenas considerados condenables por la iglesia: la antropofagia, la poligamia, la hechicería y la desnudez.
Sin embargo, el exterminio de la población nativa, los límites de la sumisión de los indios (que eran nómades y, al crecer, dejaban de lado lo que se les había enseñado) y la consolidación de la colonización portuguesa se hicieron acompañar de la sustitución de las casas por los Colegios destinados a los blancos, que pasaron a formar la Élite Colonial al servicio del poder y de la autoridad. La catequesis y la conversión pasaron a ser vistas como un problema por las autoridades portuguesas. Los intereses de la Compañía de Jesús pasaron a ser vistos como contrapuestos a los intereses del Imperio Portugués, sobre todo en el siglo XVIII. Es lo que explica la expulsión de los jesuitas de la América Portuguesa, ordenada por el Marqués de Pombal, en 1759.

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Aún estando situado adelante en el tiempo, en el año 1750, la película “La misión” (Inglaterra, 1986. Dirección: Roland Joffé) es una reconstitución interesante para entender las consecuencias del embate entre los proyectos colonizadores de los jesuitas y del Imperio Portugués y Español.

El segundo capítulo del cómic “La infancia de Brasil”, de José Aguiar, se pasa en ese contexto. En él, el contacto entre religiosos y niños, indígenas y portugueses, tiene una Casa de bê-á-bá como punto de convergencia. El contacto con el otro, con la diferencia, en esa narrativa ha enfatizado su aspecto dramático. La colonización trajo la Fe, la Ley y el Rey. Trajo también a la enfermedad y la muerte, tanto del cuerpo como de varias civilizaciones que antecedieron la invasión europea.

 

—Claudia Regina Baukat Silveira Moreira es licenciada, bachiller y máster en Historia por la Universidad Federal de Paraná. Actualmente es profesora de la Universidad Positivo y doctoranda en Políticas Educacionales en el Programa de Postgrado en Educación de la Universidad Federal de Paraná.

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