Siglo XXI: el nuevo milenio es un niño

contexto histórico/Siglo XXI: el nuevo milenio es un niño

Que lo sepas

Todo el mundo fue bebé

Einstein, Freud y Platón también

Hitler, Bush y Sadam Hussein

Quien tiene plata y quien no tiene
Que lo sepas

Todo el mundo tuvo infancia

Mahoma ya fue niño

Arquímedes, Buda, Galileo

Y también tú y yo (…).

— Arnaldo Antunes, “Que lo sepas”, 2004

 

Los primeros quince años del siglo XXI fueron marcados por la tensión entre el avance en el reconocimiento de derechos y libertades democráticas y la persistencia de una estructura colonial, esclavista y elitista. Así tenemos, de un lado, una legislación que reconoce derechos y un conjunto de políticas públicas que buscan su efectuación y, de otro, innúmeras resistencias, pues todo eso tiene un coste monetario y social: antiguos privilegios pasan a constituir derechos y, siendo así, dejan de ser distintivos sociales.

En tiempos reales, Brasil consiguió garantizar, en los últimos 25 años, para partes significativas de su población derechos que Estados europeos, denominados avanzados, conquistaron en el decurso de los últimos dos siglos. Vista bajo el prisma de la historia, la sensible mejora de los índices de escolarización, de cobertura de inmunización, de mortandad infantil y de alfabetización son pruebas de los esfuerzos en el sentido de que, de hecho, la igualdad sea quizás un día alcanzada. Es lo que la Ley impone, es lo que sectores de la sociedad civil organizada claman.

Sin embargo, hay cuestiones que ultrapasan los límites de las políticas universales, en tesis, implementadas para todos. Los pueblos tradicionales – indígenas, “quilombolas” (remanentes de quilombos) – se ha organizado para que las singularidades de sus diferentes formas de vida sean preservadas. Se lucha por demarcación y regularización de los territorios, por el derecho a la educación en idiomas tradicionales, contra la violencia cometida por terratenientes.

El Brasil contemporáneo es, en suma, un país de grandes contrastes que a menudo se traducen en la persistencia de históricas desigualdades. El tratamiento de la infancia se puede tomar como un fuerte indicador de esos contrastes. Niños muy pequeños acompañan a sus padres en formas de trabajo informal (recolección de material reciclable, comercio ambulante), mostrando que la guardería y la preescolar aún hacen falta para los más vulnerables. Otros hacen de la cárcel materna su propio hogar.

Al mismo tiempo, en estratos más privilegiados, la experiencia de la procreación se ha transformado en ostentación y consumo, siendo el niño, muchas veces, un mero pretexto. Objeto de tercerización, ese niño es una potencia, raramente una persona en el presente. Su futuro deberá ser grandioso, retorno de grandes inversiones en escuelas caras, cursos de idiomas, viajes. La receta considerada infalible, no abre margen para frustración, todas las voluntades son satisfechas. Mimados, idolatrados, esos niños tienen a su disposición una miríada de profesionales y empleados, pero para muchos faltan los límites que se aprenden en familia y tan necesarios al convivio social.

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Por otro lado, emergen grupos que discuten y luchan por el fin de la violencia obstétrica, en defensa de la humanización del parto, en pro del protagonismo de la mujer en el momento de parir. Nuevas perspectivas sobre la infancia conducen a nuevas conductas sobre su cuidado y sobre el papel de la familia, esta última también redefinida en su composición. Se discute en esos círculos – aún restrictos, es cierto – estrategias para alejar a los niños del consumismo, promoviendo hábitos de vida más colaborativos, bien como acciones para la promoción de una alimentación más saludable. Ese debate dialoga con otros debates, relativos al modelo de producción de alimentos, alternativo al agro negocio, con base en la agricultura orgánica y familiar, que dialoga con el modelo de explotación de los recursos naturales.

No siendo posible saber lo que el futuro reserva, es necesario percibir los inmensos desafíos presentes. El agravamiento de la crisis económica ha conducido al país a un creciente corte en las inversiones en políticas sociales de inclusión. Esa puede ser una ruta de retroceso, reconduciendo y profundizando las desigualdades, lo que tiende a ampliar las tensiones sociales y la violencia. De un lado, los muy ricos, de otro, aquellos que aspiran (y mimetizan) riqueza y los pobres. Realidad que no es muy diferente de otras naciones occidentales.

José Aguiar, en el sexto capítulo de “La infancia de Brasil” descortina ese paisaje. Esfuerzo de síntesis, la narrativa expone, choca, conduce a la reflexión. En el espejo está nuestra imagen, y no vemos apenas belleza.

 

—Claudia Regina Baukat Silveira Moreira es licenciada, bachiller y máster en Historia por la Universidad Federal de Paraná. Actualmente es profesora de la Universidad Positivo y doctoranda en Políticas Educacionales en el Programa de Postgrado en Educación de la Universidad Federal de Paraná.

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